Mi primer contacto con los mandalas

En el primer noviembre de este siglo, estaba en Agra, India viendo maravillada cómo un grupo de monjes tibetanos, durante el transcurso de una semana, trabajaban, concentrados, en profundo estado meditativo, demostrando que el todo suele ser más que la suma de las partes y que la creatividad colectiva enriquece la individual.
Transformaron, sin prisa pero sin pausa, un tablero en maravilloso mandala. Lo hicieron con polvitos de colores que vertían con unos conos de metal. Al cabo de su labor, en sentida ceremonia, destruyeron el mandala para coronar la demostración con una lección sobre el desapego hacia las cosas materiales.




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